«Prohibir un libro es desterrar una idea»: ¿qué hay detrás de la reciente ola de prohibiciones de libros?
El año pasado, la autora Margaret Atwood encargó una versión incombustible de edición limitada de su novela El cuento de la criada. Desde su publicación en 1985, el libro ha sido prohibido —o se ha enfrentado a solicitudes de prohibición— en algunos estados de los EE. UU. y en países como Portugal y España, por blasfemias, contenido sexual, anticristianismo y la inclusión de personajes LGBTQIA+. Para celebrar la publicación del volumen inflamable, Atwood escribió en The Atlantic, «a aquellos que buscan evitar que los jóvenes lean El cuento de la criada les digo: buena suerte con eso. Solo hará que quieran leerlo más». Hecho de papel resistente al fuego, el libro incombustible representa un acto de desafío; un símbolo de la reacción de Atwood a la prohibición de libros, ya sean de ella o de cualquier otra persona.
Si bien un informe reciente de la Asociación de Bibliotecas de Estados Unidos reveló que 2022 fue un año récord para los intentos de prohibición de libros en los EE. UU., la práctica se ha llevado a cabo durante siglos. Desde la Biblia hasta la serie de Harry Potter, las motivaciones para prohibir libros pueden variar. Mickey Huff es el director de Project Censored, el principal motor de la iniciativa mundial de la Semana de los Libros Prohibidos con sede en EE. UU. Para él, se trata de poder. «Los libros a menudo son objeto de supresión porque desafían el statu quo social o la ortodoxia», afirma. «Los libros que expresan contranarrativas a las estructuras de poder dominantes hacen sentir incómodos y reaccionarios a los que están en el poder en lugar de tolerantes e inclusivos».
Daniel Gorman, director de English PEN —una organización que defiende la libertad de escribir y leer en todo el mundo— agrega que prohibir los libros puede ser parte de un proceso de erradicación. «El objetivo de prohibir un libro es el objetivo de desterrar una idea, lo que a su vez resulta en el destierro de una identidad».
Sin embargo, la prohibición de libros no solo se trata de política e ideología. También hay peticiones de prohibir o repensar los textos que ofenden por motivos de misoginia, homofobia y racismo. En mayo de este año, la estudiante de Belfast Angel Mhande pidió que la novela de 1937 De ratones y hombres de John Steinbeck fuera eliminada del plan de estudios del examen debido al uso de insultos raciales. En 2019, Pink News informó que en la biblioteca de un colegio de Londres había libros que «promovían la intolerancia y el odio hacia la homosexualidad» y otros que «contenían puntos de vista misóginos». En 2018, activistas de Bangkok le pidieron al gobierno tailandés que retirara una serie de libros de texto de los colegios, incluido uno que aconsejaba a los padres a «llevar a sus hijos LGBT al psiquiatra». Varias universidades del Reino Unido han agregado advertencias de contenido a los títulos de las listas de lectura, incluidos libros de Shakespeare y Jane Austen, para proteger a los estudiantes de contenido potencialmente perturbador. Y siguen las discusiones sobre si se deberían reescribir o no las obras de Roald Dahl para eliminar el contenido potencialmente racista o sexista.
Gorman argumenta que un libro nunca se debería prohibir, pero el contexto lo es todo. «Incluso se debe permitir la publicación del material más extremo, de alguna u otra forma y con los métodos apropiados de publicación. Puede haber áreas limitadas donde la eliminación de contenido sea apropiada, como imágenes no consentidas o textos difamatorios, pero esto debe estar claramente definido». Huff va más allá. «Prohibir libros como una forma de censura es una señal de una república democrática que se desmorona, una que coquetea con el totalitarismo», dice. «Uno no debería sentarse a ver cómo suceden esas cosas. Sin censores. Sin censura».
Simon Coates es un escritor y artista residente en Londres cuyo trabajo ha sido publicado en The New European y el periódico escocés The National, entre otros.
